Agua (Historia corta)

El siguiente relato es uno de los veinte contenidos en el libro Historias del vórtice por Jesús A. Ávila García. Más información del libro en: https://jessav.com/libros/

Agua

Aún recuerdo la primera vez que vi llegar a los del clan de la arena. Tenía cinco años y estaba jugando con otros niños cuando escuché tambores a lo lejos. Creímos que era algún tipo de juego o alguna ceremonia especial de nuestro pequeño pueblo. Le digo pequeño, aunque somos más de quinientas personas las que vivimos aquí. Al escuchar los ruidos de mis amigos hacían como que tocaban tambores invisibles. Yo empecé a bailar dando vueltas para que mi vestido azul ondeara con el viento siguiendo el ritmo de los sonidos que se aproximaban cada vez más. Reíamos cada vez con más fuerza ante la inesperada fiesta de ritmos.

–¡Mizu!

Era mi madre. La intranquilidad en su voz al decir mi nombre hizo que dejara de reír. La vi correr hacia mí y me tomó en sus brazos con mucha fuerza. Me tomó de la mano y me llevó casi corriendo hasta nuestra casa que está en la parte más alta de la montaña. Los demás padres hicieron lo mismo con mis amigos. Mi padre y la mayoría de los adultos estaban fuera de sus hogares mirando hacia la base de la montaña. Me dijeron que no saliera de la casa. Intenté ver por la ventana lo que estaba ocurriendo, pero mi altura no me lo permitía. Abrí un poco la puerta para poder ver. Todo lo que se escuchaba era el ruido de los tambores que aumentaba incesantemente. En poco tiempo la entrada del pueblo se llenó de hombres que tenían ropas extrañas. Parecían vestidos color café. Más tarde en ese mismo día me explicaron que se llamaban túnicas. Los que tocaban los tambores iban al frente del grupo. Eran tantos que llenaron el camino central de la montaña donde están casi todas nuestras casas. La pendiente es muy inclinada y desde la puerta podía ver todo.

Los tambores se callaron y un hombre muy grande caminó al frente. Me pareció un gigante. Tenía el cabello negro y tan largo que casi le llegaba a la cintura. Cuando habló su voz era muy grave y se escuchó con fuerza. Recuerdo que al escucharlo di un paso atrás porque me dio miedo.

–Somos el clan de la arena. ¿Quién es su líder?

Nadie de nuestro pueblo habló. El hombre miraba a su alrededor esperando. Repitió la pregunta casi gritando.

–¿Quién es su líder?

Contuve la respiración cuando mi padre dio un paso al frente. El hombre lo miró con tanta intensidad que creí podría lastimarlo con sólo verlo.

–No tenemos un líder aquí. Acordamos todo en consenso.

En esa época no sabía lo que era un consenso. Ahora sé que todos los adultos deben estar de acuerdo antes de cualquier decisión o cambio que hagamos. El gigante dijo:

–Eso facilita las cosas. Me llamo Pesók. El desierto decidió que nuestro pozo de agua debía secarse y ya no tenemos suficiente alimento. Se rumora que ustedes son muy buenos agricultores, así que cada tres meses vendremos por comida.

Por unos segundos nadie habló. Es algo que no me gusta de la gente con la que vivo. Todos los adultos son muy callados y sólo hablan cuando es necesario. Los niños son mucho más sonrientes. Pareciera que conforme crecen se vuelven más tímidos. Soy feliz aquí, aunque a veces quisiera que más personas fueran como yo. Uno de nuestros vecinos fue el que habló:

–Disculpe, Pesók. No tenemos suficiente comida para todos. Nos alcanza para nuestras familias, pero no sobra tanto como para darles algo.

El hombre grande se giró para estar de frente al vecino que había hablado. Su cara no cambió, aunque su voz subió aún más de intensidad.

–Creo no están entendiendo. No es una petición, es una demanda. O nos dan comida cada tres meses, comenzando desde hoy, o sufrirán las consecuencias.

Apenas terminó la amenaza cuando sacó algo muy rápido de la bolsa en su espalda. Nunca había visto algo así. Más tarde me explicaron que era un látigo. En el extremo tenía tres puntas y en cada una de ellas una navaja. El vecino habló con voz nerviosa:

–No es necesaria la violencia. Podemos llegar a un acuerdo para…

Todo pasó tan rápido que no supe lo que había ocurrido hasta que el hombre comenzó a gritar. Pesók había usado el látigo y había golpeado directamente al vecino en el hombro, haciendo que el brazo se deshiciera al instante en un charco de agua. No había mencionado eso. Todos los que vivimos aquí nos podemos convertir en agua. La ropa que usamos también se convierte en agua si es de algún tono de azul. No sabemos por qué. Es por esto que todos usamos ropa de esos colores. Convertirnos no nos causa dolor si lo hacemos a voluntad. Si es forzadamente es un dolor muy intenso. Cuando tenemos una herida que a otra persona la haría sangrar, nuestros cuerpos convierten en agua esa parte lastimada. Después de algunos minutos se vuelve a unir a nosotros, aunque sigue doliendo mucho por varias horas. Sólo si nos cortan la cabeza falleceríamos sin poder sanar. Ser el clan del agua es mucho más literal de lo que la gente cree.

Recuerdo que ese día sentí mucho miedo y enojo, aunque era muy pequeña. Noté cómo mi padre apretaba los puños, pero no hacía nada más. Nadie habló fuera de algunos gritos de susto o llantos. El gigante volvió a hablar:

–Estaremos esperando en la entrada del pueblo. Lleven la comida rápido. No tenemos todo el día.

Muchos de los hombres del clan de la arena sacaron látigos como el de su líder. Estoy segura que hasta el día de hoy todos los del pueblo se asustan con sólo verlos.

Ya pasaron diez años. Los primeros meses fueron muy difíciles. Algunos días mis padres me daban muy poco de comer y ellos no comían nada. Tuvimos que aumentar nuestros campos de cultivo. Al final los del clan de la arena tenían razón sobre nuestra capacidad para cultivar. Nos tomó tiempo, pero conseguimos tener comida suficiente. Fue gracias al trabajo de todos, aunque quisiera recalcar que mi padre y yo tuvimos las ideas que más nos ayudaron.

Desde que era niña me gustaba explorar los alrededores de la montaña. Tenía que hacerlo cuando mi madre no estuviera viéndome porque no le gustaba que me alejara. A veces mis amigos me acompañaban mientras jugábamos. Debo confesar que a mis quince años a veces sigo jugando con los niños pequeños. Prefiero estar con ellos que ríen y gritan a diferencia de los adultos o inclusive los aldeanos de mi edad. Hay dos juegos que son mis favoritos. Uno de ellos se llama “Adivina quién es”. Un jugador se volteaba y los demás se convertían en agua. El objetivo era adivinar cuál charco pertenecía a cada quien. Soy muy buena en ese juego. Los demás debían esforzarse mucho para tratar de adivinar. Yo podía ver pequeños detalles que otros no notaban como el color del agua o las variaciones en el tamaño de los charcos. No sé cómo explicar, pero era como si pudiera sentir la persona que se encontraba dentro del agua. Al otro juego lo llamamos “Encuéntrame” y es justo a lo que suena. Uno cierra los ojos y debe buscar a los demás. Eso es mucho más difícil de lo que parece cuando los que estás buscando se pueden convertir en charcos de agua y pasar por grietas y ocupar un espacio mucho más reducido que el de una persona.

Fue en ese juego donde hace un año encontré una cueva al querer ocultarme en una grieta en las paredes del pueblo. Al ver que era un túnel amplio regresé a mi cuerpo humano y seguí caminando con curiosidad pues se veía una luz al fondo. El camino terminó en un valle rodeado de montañas y un pequeño manantial que brotaba en uno de los extremos. Era muy bonito y pacífico. Lo exploré para tratar de encontrar otra entrada y no había. Estaba totalmente aislado. Regresé a mostrárselo a los adultos del pueblo porque me pareció un lugar ideal para tener más cultivos. Además, como el lugar estaba oculto los del clan de la arena no iban a descubrirlo.

La grieta para entrar era del tamaño suficiente para que pudiéramos pasar semillas junto con nuestros cuerpos de agua. En menos de un mes teníamos cultivos casi tan grandes como los de los campos principales. La calidad de la comida era muy alta gracias a la idea que tuvo mi padre. Como un homenaje a nuestra nueva fuente de alimento, sembramos algunas flores pequeñas y azules en el centro de los campos de cultivo. Después de regarlas iba a regresar a trabajar, pero mi padre se quedó mirándolas. Vi cómo extendió la mano y una gota de agua cayó de su mano. Era una parte de él que decidió darle a las flores. No entendí por qué lo había hecho. Al siguiente día me dijo en nuestra casa que era un pequeño experimento. Regresamos a los cultivos ocultos para seguir trabajando y encontramos algo sorprendente. Las flores azules estaban con un color muy brillante y eran más grandes que el día anterior. Parece que el agua de nuestros cuerpos puede hacer que las plantas crezcan mucho más de lo normal. No podemos dar mucha agua individualmente pues estaríamos incompletos. Cada uno de nosotros aportó una o dos gotas en el manantial y en pocos días los cultivos estaban grandes y sabían delicioso. Así hemos logrado sobrevivir hasta el día de hoy además de cumplir con la cuota que nos pide el clan de la arena.

Como no podemos sacar la comida del valle secreto, comemos ahí mismo. El desayuno y la comida la hacemos en nuestras casas, en caso de que alguien del clan de la arena esté espiándonos. Cuando vienen por su cuota es normalmente entre la mañana y la tarde. La cena, que es mi comida favorita, la tomamos reunidos alrededor de los cultivos. Casi siempre me siento junto a las flores que plantó mi padre. Me gusta que en la noche la gente es menos tímida. Quizá porque saben que nadie más nos observaba en ese lugar seguro.

Terminé de cenar y me recosté para ver el cielo. Me relajé y dejé que mi cuerpo se convirtiera en agua. No sabemos cómo, pero aunque nos volvamos líquido podemos ver. En realidad, creo vemos aún mejor que en forma humana. Es como si nuestra capacidad de observar se expandiera por todo el cuerpo en lugar de estar sólo en los ojos. La noche era clara y podía ver las estrellas. Desde niña me ha gustado intentar contarlas, aunque nunca he podido. Cuando apenas anochece, y hay pocas estrellas y casi no se pueden ver. Se tiene que prestar mucha atención para encontrar alguna. Poco a poco aparecen más y más hasta que no importa a donde mires, tu vista estará saturada de estrellas. Me convertí en humana y observé a la gente a mi alrededor. Casi todos se habían convertido en agua para mirar el cielo como lo había hecho yo. Me agrada ver el cielo reflejado en la gente. Parece como si los aldeanos fueran estrellas.

Me puse de pie. La gente estaba muy callada. Mi padre me miró y supo lo que quería hacer. Me sonrió y empezó a aplaudir con ritmo lento. Algunos aldeanos lo miraron con curiosidad. Comencé a girar agitando mi vestido como lo hacía de niña. Había ensayado algunos pasos en la casa o en las afueras de la aldea cada que tenía oportunidad. Movía los brazos y las piernas siguiendo el compás, cambiando de dirección repentinamente. Imitaba el flujo de un río con mis brazos. Di un salto y me convertí en agua al instante. Antes de caer al suelo me volví humana de nuevo y levanté los brazos. Giré de nuevo sobre uno de mis pies. Repetí el mismo salto de agua varias veces, apareciendo con diferentes poses al caer el suelo. Mi padre me seguía con sus aplausos, a los cuales se unieron mi madre y otros. Levanté los brazos e hice que mis manos se convirtieran en agua creando un arco sobre mí. Las regresé a mi cuerpo y di algunos pasos cruzando una pierna frente a la otra. Me olvidé de todo mi alrededor y bailaba sonriendo. Me percaté de que casi todos seguían el ritmo con las palmas. Me convertía en agua completamente y hacía que mi cuerpo formara figuras como una fuente, para después regresar a ser humana y mover los brazos y piernas con la mayor gracia posible. Bailé hasta que ya no pude más. Di un salto y esta vez me quedé siendo agua en el suelo. Poco a poco hice que mi cuerpo se hiciera humano haciendo una reverencia. Respiraba agitadamente por el esfuerzo. Una lluvia de aplausos me hizo sonrojar, aunque casi nunca me pasa. Todo el resto de la noche la gente se me acercó para felicitarme y decirme que ellos nunca podrían hacer algo así. No me sorprende. Mi pueblo está lleno de gente noble pero demasiado tímida. Creo es una de las razones por las que no tenemos líder. Nadie querría ser el centro de atención o que en ellos recayera la responsabilidad de todos.

La noche fue muy placentera y ahora en la mañana estoy de muy buen humor. Me levanté más temprano de lo normal y bajé por la pendiente inclinada de la calle principal, al final se podía ver el gran hueco donde hace muchos años atrás estaba un lago. Dicen que la montaña en la que vivimos era un río muy caudaloso que terminaba en un lago. Las historias cuentan que nuestro pueblo salió de esa agua y por eso ya no estaba ni el río ni el lago. Llegué hasta el gran borde y me senté con los pies colgando. Me gusta imaginarlo lleno de agua que llegaba desde la cima de la montaña. Estuve así un buen rato y después caminé hasta las casas.

Pasé el resto de la mañana haciendo algunos favores a la gente. Una señora de edad avanzada tenía la puerta de su casa desacomodada y le costaba trabajo abrirla. La revisé y había un pedazo que se trababa en el suelo. No tengo tanta fuerza para arrancarlo así que escavé un poco y la puerta ya no se atoraba.

Caminé un poco y vi a una pareja que quería limpiar su casa, pero sus cuatro hijos estaban demasiado inquietos. Me los llevé al camino principal y jugué con ellos hasta que sus padres los llamaron.

Más tarde una niña lloraba porque se le rompió su vestido por un lado. Era sólo una rasgadura que apenas se veía, pero la pequeña sufría como si la prenda estuviera hecha trizas. Me hinqué a su lado y rasgué mi vestido igual al de ella. Le dije que podíamos imponer una nueva moda entre las mujeres del pueblo. Tardó un poco en dejar de llorar y me sonrió. Más tarde otras niñas hicieron lo mismo con sus vestidos.

–No sé qué haríamos sin ti, Mizu.

Me gustaba escuchar eso. Quizá no soy tímida como el resto de la gente y a veces me siento fuera de lugar, pero sé que son gente buena y noble. Ayudo diariamente lo más que puedo para hacer de mi pueblo un lugar mejor.

Estaba ayudando a una niña a hacer girar su vestido cuando escuché los tambores. Todos reaccionamos en automático. Les indicamos a los niños que fueran a sus casas y se ocultaran. Había confusión entre la gente pues no era tiempo de que el clan de la arena viniera por comida. Faltaban cuatro semanas. Corrí hasta colocarme junto a mis padres. Mi madre me abrazó y mi padre se puso al frente en actitud protectora.

Esta vez Pesók y sus hombres traían los látigos en las manos. Cuando estaban en la calle principal, los tambores dejaron de sonar. La voz del líder retumbó por toda la montaña:

–Durante las últimas visitas he notado que ahora la gente de aquí no es tan delgada como antes.

Pareciera que están muy bien alimentados. De hecho se ven mucho mejor que nosotros.

El silencio era tanto que creí que Pesók podría oír los latidos de mi corazón. Mis padres miraban al hombre fijamente, el cual continuó:

–Espero estén conscientes de que cualquier tipo de engaño me pondrá de mal humor. Quizá necesiten un recordatorio de quiénes están al mando aquí.

Pesók miró alrededor y fijó la vista en una niña que no se había ocultado en su casa. Vi la sonrisa malévola aparecer en su rostro mientras daba un paso hacia ella. El padre de la pequeña se movió rápidamente para ponerse entre el gigante y su hija. Escuché el sonar del látigo.  La cabeza del aldeano se volvió agua seguida del resto del cuerpo. El líquido era opaco, no tenía el ligero brillo que normalmente rodea nuestros cuerpos convertidos. Cuando el agua se evaporó de golpe todos supimos lo que había ocurrido. El hombre había muerto. Aunque tenía ganas de gritar no podía emitir ningún sonido. Sentí mi cuerpo moverse automáticamente para ir contra Pesók. Mi padre me tomó de la muñeca derecha con mucha fuerza y mi madre hizo lo mismo con la izquierda. No podía creer que todos se quedaran callados y sin hacer nada al respecto. Había matado a uno de los nuestros. Alguien con el que habíamos compartido cenas y recuerdos.

–Que les sirva de lección.

Los hombres del clan de la arena se retiraron. Algunos reían, lo que me hacía sentir cada vez más odio hacia ellos. De no ser por mis padres ya habría ido a tratar de vengar al fallecido. Quizá moriría, pero no me importaba. Sólo sentía unas ganas incontrolables de hacer algo.

Mis padres me soltaron hasta que nuestros enemigos se encontraban a una distancia bastante considerable. La niña que había perdido a su padre comenzó a llorar y eso detonó una respuesta en todos nosotros. La gente se abrazaba o lloraba. Yo comencé a gritar y a llorar tan fuerte que sentía como si la cabeza me fuera a explotar. Caí en el suelo y mi madre se arrodilló junto a mí. Me acarició el cabello como lo hacía desde que era niña. Mi padre seguía de pie mirando hacia donde el clan de la arena se había marchado.

Cayó la noche y todos caminamos en silencio hasta los cultivos secretos. Comimos sin hablar. Pensé en bailar un poco para levantar los ánimos. No me sentía con ganas y creo el resto de la gente quería simplemente honrar con silencio a nuestro compañero fallecido.

La mañana siguiente el ambiente aún no se recuperaba del todo, aunque había mejorado considerablemente. Los niños jugaban y reían como antes y me parece eso ayudó a que el humor de la gente mejorara. Ahora más que nunca quise ayudar a la gente. Pasé varias veces por la casa donde la niña había perdido a su padre y la mujer a su esposo. Aunque no podía devolverles a su ser querido quería hacerlas sentir lo mejor posible. Le ayudé a hacer de comer y estuve enseñándole a la pequeña algunos pasos de baile. Salimos a la calle para practicar y otras más se acercaron. Incluso algunos niños también querían aprender y con gusto les enseñé lo que sabía.

Al caer la noche, los niños querían que les siguiera enseñando. Habían perdido la timidez de hacerlo frente a los adultos. Ver a todos los pequeños seguir mis pasos alrededor de las flores que plantó mi padre me puso de muy buen humor. No olvidé lo que pasó con nuestro aldeano. Nunca lo haré. Sin embargo, mi padre me enseñó que la fortaleza también se encuentra dentro de las personas que se preocupan por hacer sentir bien a los demás. Al comienzo la gente nos miraba con seriedad y conforme los niños danzaban fueron sonriendo. Algunos hasta aplaudían siguiendo ritmo de nuestros movimientos. Me estaba perdiendo en el ritmo y los movimientos cuando hubo una gran explosión en una de las paredes del valle. Rocas volaron por los aires golpeando a algunos aldeanos mientras otros gritaban asustados. Hubo una segunda explosión y les indiqué a todos los que estaban cerca que se acostaran y transformaran en agua para evitar las piedras que volaban por los aires. Vi cómo algunas cayeron sobre personas haciendo que sus cuerpos se convirtieran forzadamente. Una muy grande dañó la tierra alrededor de las flores de mi padre, pero afortunadamente permanecieron ilesas. Sentí un ligero alivio que me hizo sentir culpable por preocuparme más de eso que de la gente que estaba siendo lastimada.

Después del estruendo todo fue silencio. Sólo escuchaba algunos gemidos de dolor a lo largo del valle secreto. Escuché pasos de donde habían estallado las paredes. Me volví humana y me puse de pie. Varias personas hicieron lo mismo y todos mirábamos hacia el mismo lugar. Mi corazón dio un salto cuando Pesók y sus hombres entraron. Debí haber hecho una expresión de miedo muy notoria pues mi padre me jaló hacia él y me abrazó. Busqué a mi madre la cual tenía una pierna lastimada. La ayudamos a ponerse de pie mientras el líder del clan de la arena llegaba al centro. Observó su alrededor y aunque su rostro permanecía impasible, sentí una mezcla entre alegría y enojo en su mirada.

–No me gusta repetir las cosas. De ahora en adelante nos darán el doble de comida, parece que tienen mucha de sobra. Les advertí que los engaños me ponían de mal humor.

Todos los miembros del clan de la arena sacaron sus látigos y atacaron a quien estuviera alrededor. Me quedé paralizada. De nuevo mi padre me tomó del brazo con fuerza. Aunque hubiera estado libre no habría sabido qué hacer. Los gritos sonaban en todas direcciones y esperaba el momento en el que fuera el turno de mi familia. Pesók dio una orden y sus seguidores guardaron sus látigos.

–Espero tengan más cuidado la próxima vez que traten de engañarnos.

El hombre caminó hacia la pared que había estallado. Al pasar junto a las flores de mi padre se detuvo y supe lo que iba a suceder. Las pisó con su enorme bota y las destruyó por completo. Sentí unas ganas incontrolables de correr hacia él y golpearlo lo más fuerte que pudiera. Quizá podría convertirme en agua y así no me podría tocar. Como si leyera mi mente mi padre apretó mi brazo aún más. Salieron de nuestro valle y de nuevo el silencio cayó sobre nosotros. Escuché frases de la gente diciendo que estábamos perdidos. No había manera de salir adelante.

Caminamos en silencio hasta nuestra aldea. Al llegar a casa e intentar dormir tomé la decisión de hablar con mi padre y la gente del pueblo por la mañana. No podemos seguir siendo esclavos del clan de la arena. Somos muchos y aunque no usamos armas, podríamos enfrentarlos si nos organizamos. Me quedé dormida ensayando en la mente lo que diría.

Por la mañana los ánimos de la gente estaban por los suelos. A donde quiera que mirara había personas con heridas. Sabía que hablando en grupos grandes la gente tendía a ocultarse y rechazar cualquier cambio que sugiriera, así que me decidí a hablar con los aldeanos que fuera ayudando durante el día. Apenas mencionaba al clan de la arena y sus caras cambiaban. Se repitió mismo una y otra vez con toda la gente que trataba de convencer. Les explicaba que somos muchos, que podíamos hacer algo para combatirlos y que no nos robaran comida. La mayoría me daba la misma respuesta sobre el riesgo, los látigos, nuestro compañero que habían matado. Era como si tuvieran tanto miedo de ser lastimados de nuevo que preferían morir de hambre. Me cansé de escuchar variaciones de la frase:

–Te aprecio mucho y todo lo que haces por nosotros. Haces nuestra vida más tolerable pero no quiero arriesgar la vida de mi familia en un plan que no sabemos si va a funcionar.

Pasaron los días y seguía tratando de convencerlos. Mi padre pareció considerarlo por un momento para después dar la misma respuesta sobre la seguridad de la familia. No quería cuestionarlos sobre si confiaban en mí, sería como ponerlos entre la espada y la pared y no quería intimidarlos más. Simplemente quería que despertaran y se dieran cuenta de lo que podríamos lograr juntos.

Después de un mes la falta de comida era fácil de ver. Las raciones que tomábamos eran cada vez más pequeñas para poder cumplir con la cuota del clan de la arena. Veía a los niños jugar, aunque menos tiempo y con menos energías. No desistí de hablar con los aldeanos ahora poniendo como ejemplo el estado en el que todos estábamos.

Una mañana estaba animando a los niños para que jugaran conmigo cuando escuchamos los tambores. Me molesta vernos programados para reaccionar ante ellos. Los niños entraron a sus casas corriendo. Los adultos se movían en las puertas observando el inicio de la montaña por donde llegaría la gente mala. Todo era silencio excepto el retumbar de los tambores. Caminé a la puerta de mi casa porque sabía que mi madre estaría preocupada si no estoy con ellos. Siendo honesta me duele aceptar que el clan de la arena me asusta. No por lo que me puedan hacer a mí, sino por lo que pueden hacerle a mi familia y al resto de la aldea.

Apreté los puños al ver a Pesók sonriendo mientras miraba el estado de la gente. Se notaba que estaba orgulloso de cómo estábamos cada vez más delgados. Cuando estuvo en el centro del pueblo dijo con su poderosa voz:

–¡Vaya! Ahora están en mejor forma que antes. Ya no veo regordetes.

Mi respiración aumentó al escuchar risas de sus hombres que hacían comentarios mientras señalaban a algunos aldeanos. Mi padre me tomó del brazo con fuerza sin dejar de mirar a los invasores. Los aldeanos elegidos llevaron la comida al centro de la aldea para que Pesók la inspeccionara. Nadie quería ese trabajo así que se turnaban entre los más adultos para hacerlo. Mis padres se opusieron a que yo lo hiciera pues tenían miedo de que hiciera algo atrevido. No los culpo.

El hombre de la arena inspeccionó los sacos con el alimento. Tomaba granos de en su enorme mano y los olía o probaba. Al terminar la inspección dijo:

–Buena calidad, aunque podría ser mejor. Me parece aún pueden donar un poco más de comida. Así que para el siguiente mes entregarán más.

No lo podía creer. ¿No está viendo el estado en el que nos encontramos? Parecía que no iba a estar satisfecho hasta vernos en los huesos. Sus hombres recogieron la comida y se alejaban de la montaña.

–¡Hey!

Había convertido mi brazo en agua para zafarme de mi padre y había gritado casi sin darme cuenta. Mi madre dijo mi nombre con voz temblorosa, pero la ignoré.

–¡Hey!

Dije de nuevo mientras caminaba con paso firme hacia Pesók, quien ya había girado la cabeza en mi dirección y miraba con los brazos cruzados en las faldas de la montaña. Ignoré las advertencias de mi familia y de otros miembros de la aldea. Ya no me importaba nada. Sólo quería demostrarle a ese hombre que no todos estábamos de acuerdo con el maltrato que nos había dado a lo largo de los años. No quería morir, aunque si eso ayudaba a los demás a darse cuenta del infierno en el que estábamos viviendo, al menos serviría de algo. Caminé con pasos fuertes para que no se notara que me temblaban las piernas.

Algunos hombres de la arena se me acercaron, pero su líder les indicó con la mano que me dejaran pasar. No sabía exactamente lo que iba a hacer. Sólo sentí la necesidad de enfrentarlo. Cuando estuve a su lado tenía que levantar la cabeza por la gran diferencia de estatura. Me observó con los ojos fríos y esperando que no me temblara la voz le dije:

–No sé quién te crees que eres. No puedes exigirnos más. Ya te hemos dado todo lo que nos has pedido y apenas nos alcanza para comer. Si no fuera por nosotros tu estúpido clan ya habría muerto. Si son tan inútiles como para no lograr abastecerse de comida ustedes mismos, deberían agradecer lo que les damos.

Un silencio absoluto invadió el valle. Yo respiraba tan fuerte que sentía me podían escuchar en toda la montaña. Sentí un dolor fuerte y me tomó un momento darme cuenta que el gigante me había sujetado del cabello. Se escucharon gritos de sorpresa y de horror entre los aldeanos. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Pesók me jalaba de un lado a otro sin decir una palabra. Sabía que me había excedido y no me importó. Me sentí satisfecha de al menos decirle las verdades en su cara. No le iba a dar el gusto de que me escuchara quejarme de dolor.

Cuando vi que varios de los niños habían salido de sus casas para ver lo que estaba pasando, grité con todas mis fuerzas:

–¡Nosotros podemos vencerlos! ¡Despierten por favor!

Me convertí en agua brevemente y logré que me soltara el cabello. Corrí lo más rápido que pude, pero sentí el látigo darme en las piernas. Por un momento no sentí nada hasta que caí al suelo y el dolor me llegó tan de pronto que no pude contener un grito. Escuché llantos en diferentes partes de la aldea lo cual me hizo sacar fuerzas e ignorar el sufrimiento.

Me impulsé con los brazos y me convertí en agua hacia Pesók. Sólo llegué hasta sus rodillas así que me moví por su cuerpo y su ropa para subir por el torso. Llegué a su cara y me compacté lo más que pude para cortarle la respiración. Intentaba tomarme con las manos y atravesaba mi forma líquida sin conseguirlo. Partes de mi entraban por su nariz y boca. No me importaba perder pedazos de mi cuerpo siempre y cuando pudiera lastimarlo. Nunca había intentado hacer daño a alguien de esta manera y sentía extrañamente natural, a pesar de que hemos sido un pueblo pacífico de acuerdo las historias que los mayores nos cuentan.

El gigante se movía con violencia y a pesar de que estaba usando todas mis fuerzas estaba perdiendo el agarre. Movió la cabeza tan rápido que caí al suelo. Involuntariamente me volví humana y rodé por el suelo. Pesók estaba de rodillas y tosía con fuerza. Permanecí seria, aunque por dentro estaba feliz. Era la primera vez que el líder del clan de arena se mostraba vulnerable. Como una persona que podía lastimarse.

Uno de sus hombres sacó el látigo y corría hacia mí. En ese momento dos niños se convirtieron en agua e intentaron hacer lo mismo que yo. Sus cuerpos eran pequeños y no lograron llegar a la cara. Aun así, lograron que el enemigo dejara de atacarme y se concentrara en quitarse el agua del cuerpo. Varios miembros del clan de la arena dieron pasos hacia atrás cuando algunos adultos se acercaron a ellos. Otros niños ya habían imitado a sus amigos y trataban de atacar a otros hombres.

Pesók me tomó del cuello sin dejar de toser. Casi no podía respirar ni concentrarme para volverme agua. En ese momento algo se activó en mi mente y en la de los demás aldeanos. Era como si estuviéramos conectados. Sin necesidad de hablar supimos los que debíamos hacer. En lo alto del pueblo vi a mi padre asentir mientras todos se miraban. Él comenzó a correr seguido de mi madre y de los demás vecinos. Por el camino principal se convirtieron en agua y fueron bajando como una pequeña ola. De las casas salían hombres, mujeres y niños que se volvían líquido y se unían a los demás. La ola iba creciendo poco a poco. Los del clan de la arena miraban incrédulos cómo se formaba una ola cada vez más grande y no sabían qué hacer. La gente seguía saliendo y uniéndose al grupo. Los hombres de la arena eran llevados sin poder evitarlo. Algunos sacaban la cabeza para respirar, pero una parte del agua se alzaba y los jalaba de nuevo hacia abajo.

El gigante me seguía apretando el cuello y parecía que no se había dado cuenta de lo que ocurría. Para cuando levantó la vista se oía el ruido del agua corriendo a gran velocidad hacia nosotros. La ola nos golpeó con fuerza y de inmediato me disolví para hacerme parte de ella. Podía sentir a todos los aldeanos y a los enemigos que iban perdiendo el conocimiento poco a poco. Llegamos al final del camino hasta el hueco donde había estado el lago ahora seco. Ocupamos casi todo ese espacio mientras seguíamos hundiendo a los enemigos. En algunos minutos sentimos cómo dejaron de moverse.  Pesók fue el que duró más tiempo en ahogarse. El sentimiento de fuerza y de logro nos invadió al mismo tiempo. El lago que formamos se agitaba y se formaban remolinos en manera de celebración. Finalmente descubrimos de lo somos capaces. Finalmente somos libres.

Fin

Este relato es uno de los veinte contenidos en el libro Historias del vórtice por Jesús A. Ávila García. Más información del libro en: https://jessav.com/libros/

Esta historia tiene un tema musical instrumental original, que puedes escuchar en YouTube:

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